Steve Jobs es, sin duda, uno de los personajes más complejos del mundo empresarial moderno. Carismático, excéntrico, controvertido, se convirtió en todo un gurú tecnológico a finales de los noventa con el lanzamiento del iMac.
No todos los mogules modernos cuentan con dos películas sobre ellos. Mark Zuckerberg sólo cuenta con una, The Social Network, mientras que Jobs cuenta con dos: Jobs, de 2013, protagonizada por Ashton Kutcher, y Steve Jobs, de reciente estreno, protagonizada por Michael Fassbender en el papel del fundador, Kate Winslet como Joanna Hoffman y Seth Rogen como Steve Wozniak, co-fundador de la compañía. Escribe Aaron Sorkin y dirige Danny Boyle (Trainspotting).
Su trágica muerte en 2011, con 56 años de edad y a causa de un cáncer de páncreas, aumentó todavía más su leyenda. La leyenda del hombre que, junto con dos personas más, construyó una computadora en 1976 en un garaje de Los Altos, California, y que enfrentó un fracaso tras otro, entre ellos su despedida de Apple, hasta triunfar con su mezcla de tecnología y diseño en los albores del siglo XXI.
Ahora, un nuevo artículo saca a la luz una de esas excentricidades que harán las delicias de expertos y mitómanos. El artículo, publicado en la revista Medium por uno de los directores de Adobe, Arno Gourdol, explica que todos los empleados de Apple, para entrar en las instalaciones de la compañía en Cupertino, California, debían tener cada uno un pase individual. El único que no portaba uno era precisamente Jobs, que recurría siempre a alguno de sus trabajadores para franquear una puerta.